Compartiremos comentarios de uno de los textos con mayor diversidad interpretativa, tan oculto, y alejado de la gente, patrimonio de monjes, eruditos y académicos. No buscamos interpretar, ni racionalizar, mucho menos, estudiar el Sutra, solo "hacer familiar" el texto. Solo la no intelectualización del texto, nos conectará con Él.
sábado, 18 de abril de 2020
Capitulo 4 " creencia y comprensión"
Veremos ahora el capitulo 4, lo encontraran como "Comprensión", " Apertura metal" o "Creencia y comprensión", según la traducción que usen o elijan. Aquí encontramos la segunda de las siete parábolas del Sutra del Loto, con la particularidad de que son los monjes ancianos, los Sravakas, los que expondrán la parábola.
el texto sigue la sucesión de los hechos que han ido narrando los capítulos anteriores, digo esto porque verán que muchos capítulos parecen fuera de contexto, pueden ver esto como otra característica del texto, todo el texto es en si mismo un "medio hábil" que mas allá de las traducciones, parecen ser elementos agregados posteriormente al Sutra. Como por ejemplo el capitulo 25 "La puerta universal del Bodhisatva Guanshiyin o avalokiteswara", que muchos estudiosos aseguran que era un Sutra independiente que fue añadido al Sutra del Loto posteriormente a la existencia de éste.
Volviendo al texto, luego de la predicción que el Budha hace a Shariputra a cerca de su iluminacion, los ancianos y sabios, representando aquí a los Sravakas; Subhuti, Mahakatyayana, Mahakashyapa y Maudgalyayana, llenos de alegría ante la exposición del Budha, de que los Sravakas también alcanzaran la iluminación y llenos de jubilo, danzaron de felicidad, y lejos ya de su antiguo descontento, le muestran su sentir al Budha a través de una analogía o parábola.
Supón que hay un hombre, todavía joven, que abandona a su padre, huye y pasa un largo período en otras tierras: tal vez diez, veinte o incluso cincuenta años. Con el paso del tiempo, se va empobreciendo cada vez más hasta verse sumido en un estado de verdadera indigencia. Merodea de aquí para allá, esperando encontrar comida o vestimenta, y su vagabundear lo lleva cada vez más lejos hasta que, accidentalmente, termina encaminándose a su tierra natal.
»Por su parte, el padre, que ha estado todos esos años buscando al hijo en vano, finalmente se afinca en cierta ciudad. Llega a administrar una inmensa fortuna y a ser dueño de incalculables riquezas y tesoros. Sus arcas rebosan de piezas de oro, plata, lapislázuli, coral, ámbar y cuentas de cristal. Tiene un sinfín de lacayos y de sirvientes, asistentes y criados, elefantes, caballos, carruajes y bueyes, y cabras imposibles de contar. Emprende lucrativos negocios tanto donde reside como en tierras foráneas, y entabla tratos comerciales con numerosos mercaderes y viajantes.
»En ese momento, el hijo pobre, que lleva ya un tiempo vagando de aldea en aldea y atravesando muchas comarcas, finalmente llega a la ciudad donde vive su padre. Este nunca ha dejado de pensar en su hijo, pero, en los más de cincuenta años transcurridos desde su separación, ni una sola vez le ha hablado a nadie del asunto. Con el corazón transido de nostalgia y de arrepentimiento, a todas horas está inmerso en solitarias cavilaciones. Piensa que ya es anciano y decrépito. Ha amasado una inmensa fortuna, sus arcas rebosan de oro, plata y fabulosos tesoros pero no tiene a su hijo, y piensa que cuando le llegue la última hora todas estas posesiones y bienes se perderán, pues no tiene a quién confiar su heredad.
»Y por esa razón este hijo es constante objeto de sus desvelos. Y también cavila: “Si pudiera encontrarlo y confiarle a él mis riquezas, me sentiría satisfecho y en paz interior, y ya no tendría más preocupaciones”.
»Honrado por el Mundo, en ese momento, el hijo pobre, que viene cambiando de ocupación y yendo de un empleo a otro, por un azar de la fortuna se acerca a la residencia de su progenitor. Se detiene frente a la verja, observa a su padre a cierta distancia y lo ve sentado en su trono de león, con las piernas apoyadas sobre un escabel recamado de piedras preciosas, y rodeado de brahmanes, nobles y terratenientes que no dejan de rendirle homenaje. Su ornamentado traje luce festones de perlas valoradas en miles o decenas de miles. A su diestra y siniestra hay una cohorte de pajes, asisten- tes y lacayos que lo atienden sacudiendo espantamoscas blancos. Protege su cabeza un dosel con incrustaciones de gemas y pendones floridos. Y a sus pies, sobre el suelo rociado de agua perfumada, se ven adornos de exóticas flores. Aquí y allá se exhiben valiosos objetos que se muestran a su vista, cambian de manos, se reciben y se guardan. Tales son sus muchas clases de adornos, sus emblemas de privilegio y las señales de su distinción.
»Cuando el hijo pobre ve el inmenso poder y la incuestionable autoridad de aquel que es su padre, se siente apabullado, lleno de temor y de respeto reverencial y lamenta haberse detenido en un lugar como ese. Para sus adentros piensa: “Ha de ser algún rey, o alguien de majestad semejante. No es la clase de lugar donde yo pueda ofrecer mis servicios para ganarme el pan. Más me convendría ir a alguna humilde aldea donde, si trabajo bien, tal vez consiga fácilmente que me ofrezcan alimento y vestimenta. Si permanezco aquí más tiempo, hasta es posible que me capturen y me impongan servicio forzado”. No bien se le ocurre esta posibilidad, huye del lugar a toda prisa.
»En ese momento, el anciano rico, sentado en su trono de león, descubre la presencia de su hijo y lo reconoce de inmediato. Su corazón se colma de inmenso júbilo y, sin dudar un instante, piensa: “¡Ahora sí tengo a quién confiar mis tesoros y mis posesiones! Nunca he cesado de pensar en este hijo, a quien no tenía forma de encontrar. Y hete aquí que se presenta por sí solo, inesperadamente, que es como yo más hubiera querido. Aunque soy un anciano decrépito, nunca dejo de pensar en el destino que tendrá mi fortuna”.
»Así pues, sin un segundo de demora, manda a uno de sus hombres en busca del hijo que huía. El mensajero sale a la carrera tras el joven y consigue detenerlo. El hijo pobre, alarmado y despavorido, exclama con indignación: “¡Pero si no he hecho nada malo! ¿Por qué me capturáis?”. Sin embargo, el emisario lo sostiene con más fuerza aún y lo lleva sujeto a la rastra.
»En ese momento, el hijo piensa: “Me llevan prisionero, siendo que no he cometido ninguna falta… ¡Es seguro que me condenarán a muerte!”. Sintió más terror que nunca y, por la desesperación, perdió el conocimiento y se desplomó al suelo.
»El padre, que lo observa a la distancia, ordena al mensajero: “No necesito a este hombre. No lo traigas obligado. Refréscale el rostro con agua fría para que vuelva en sí, y no le digas nada más”.
»¿Por qué hace eso? Porque el padre sabe que su hijo es un hombre humilde y sin ambiciones, y que le resultará difícil aceptar sus propias riquezas y su posición privilegiada. Sabe muy bien que ese hombre es su descendiente, pero como medio hábil prefiere no decir a nadie: “Este es mi hijo”.
»El mensajero, entonces, dice al joven: “Quedas en libertad. Puedes ir a donde te plazca”. El hijo pobre recibe la noticia muy contento, pues ha obtenido algo que antes no tenía. Se pone en pie de un salto y se marcha hacia una aldea humilde, en busca de ropa y comida.
»En ese momento, el anciano rico, resuelto a atraer a su hijo una vez más, decide valerse de un medio hábil y envía a dos hombres de incógnito; hombres flacos, desaliñados y de aspecto poco digno. “Id en busca de ese pobre hombre y acercaos a él en forma casual. Decidle que conocéis un sitio donde le pagarán el doble del salario habitual. Si acepta las condiciones, traedlo aquí y ponedlo a trabajar. Si pregunta qué clase de labor tendrá que llevar a cabo, decidle que se lo empleará para apalear excrementos, y que ambos trabajaréis con él”.
»Los dos mensajeros parten de inmediato en busca del joven pobre. Cuando lo encuentran, se dirigen a él de acuerdo con las instrucciones que su señor les ha dado. En ese momento, el hijo pobre solicita un anticipo a cuenta de su jornal y se marcha con los dos individuos para ayudarlos a limpiar excrementos.
»Cuando el padre lo ve, se asombra y se compadece de él. Otro día, cuando miraba por la ventana, vuelve a verlo a la distancia, flaco y desgreñado, cubierto de excremento y sudor, de mugre y de tierra. De in- mediato, el padre se quita sus collares, sus finas vestiduras y sus otros adornos, y se viste con ropas sucias y andrajosas. Se ensucia el cuerpo con barro, toma en su diestra una pala para remover estiércol y, adoptando modales toscos, va en busca de los trabajadores, a quienes dice: “¡Seguid con la tarea! ¡Nada de holgazanear!”. Con este hábil medio logra acercarse a su hijo.
»Tiempo después, se le aproxima y le dice: “¡Tú, joven! Te propongo que permanezcas en este puesto y no te vayas de mi lado. Te aumentaré la paga y me ocuparé de tus necesidades, para que no te falten utensilios, arroz, harina, sal, vinagre y otras cosas de las que puedas inquietarte. Tengo un viejo criado que pondré a tu disposición cada vez que lo re- quieras. Así que puedes estar ya tranquilo. Seré como un padre para ti y no te preocupes más. ¿Por qué lo digo? Porque ya cuento demasiados años, pero tú aún eres joven y robusto. Cuando trabajas, no holgazaneas ni haces trampa, ni hablas con ira o resentimiento. No pareces tener los defectos tan comunes en el resto de mis trabajadores. De ahora en adelante, serás como un hijo para mí”. El hombre rico procede a escogerle un nombre, como todo padre hace con su hijo.
»Entonces, el hijo pobre, aunque encantado por el buen trato, se sigue considerando un humilde peón al servicio de otros. Es así como el hombre rico lo hace apalear estiércol durante veinte años. Al cabo de ese tiempo, el hijo siente que es comprendido y que se le brinda confianza; pero, aunque tiene libertad de ir y venir, sin restricciones, sigue viviendo en el mismo sitio que antes.
»Honrado por el Mundo, en ese momento el anciano rico cae enfermo y siente que se aproxima su hora. Habla con su hijo pobre y le dice: “Mis arcas rebosan de oro y de plata, y de cuantiosos y extraordinarios tesoros. Te harás cargo por completo de mis cuentas, y de lo que se pague y se recaude. Esto es lo que me propongo hacer, y quiero que cumplas mis deseos. ¿Por qué? Porque, a partir de ahora, tú y yo no nos conduciremos más como dos personas distintas. Debes poner suma atención y ocuparte de que no se cometan errores ni se registren pérdidas”.
»En ese momento, el hijo pobre, habiendo recibido tales órdenes, asume la supervisión de todos los bienes, del oro, la plata, los tesoros fabulosos y los cuantiosos almacenes. Pero jamás se le ocurre apropiarse de nada ni guardarse siquiera el costo de una sola vianda. Sigue viviendo en el mismo lugar de siempre, incapaz de no sentirse humilde e inferior.
"Así pasa el tiempo, y el padre percibe que su hijo, poco a poco, va ganando confianza en sí mismo y adquiriendo un porte más digno. Lo ve resuelto a realizar grandes empresas y a tomar distancia del bajo concepto en que antes se tenía. Consciente de que se aproxima su fin, ordena al hijo que disponga una reunión convocando a sus parientes y al monarca del país, a sus altos ministros, y a los nobles y terratenientes.
Cuando todos están reunidos, proclama este anuncio: “Caballeros, debéis saber que este es mi hijo, nacido de mi simiente. En tal y cual ciudad me abandonó y huyó a otras tierras, y durante más de cincuenta años vagó expuesto a diversos sufrimientos. Su nombre de nacimiento era tal, y el mío era tal otro. En el pasado, cuando yo aún vivía en mi ciudad natal, sufrí muchos desvelos a causa de su ausencia, y decidí salir a buscarlo. Tiempo después, quiso la suerte que pudiera reencontrarlo. Este es, ciertamente, mi hijo, y yo soy su padre verdadero. Ahora, le transferiré íntegramente todos mis bienes y mi patrimonio, y todo cuanto poseo. Este, mi hijo, conoce al dedillo los movimientos de recaudación y de pagos que se han llevado a cabo con anterioridad”.
»Honrado por el Mundo, cuando el hijo pobre oye hablar así a su padre, lo embarga una inmensa felicidad, pues ha adquirido lo que nunca antes había sido suyo, y piensa entonces: “Jamás tuve intención de buscar o ambicionar algo así. ¡Y, sin embargo, ahora estas arcas de tesoros llegan a mi vida por sí solas!”.
En esta parábola encontramos la analogía del Budha como el rey, y nosotros como sus hijos, viviendo a tropezones por el mundo del nacimiento y muerte, ahogándonos en el samsara, llenos de ignorancia y sin medios para salir de él.
Cabe acotar que en el Hinayana se aspiraba al estado de Arahats como el estado máxima a alcanzar, ya que se consideraba que el estado de Budha era un estado muy elevado, mas allá que esta no fue la enseñanza original del Budha que siempre enseño que todos podían alcanzar la iluminación por igual, pero en la corriente Theravada llamada pequeño Vehículo (Hinayana) consideraba hasta una falta de respeto al Budha pensar en alcanzar el mismo estado que su maestro.
Si lo vemos desde el concepto de Arahat, podemos verlo como que los Sravakas que narran esta parábola, son los hijos que no se sienten capaces de llegar a la sabiduría de su maestro, sintiéndose siempre inferiores y sin derecho a la budeidad. Viendo en un aspecto mas amplio los hijos del Rey (el Budha) somos nosotros que aun teniendo la semilla de la budeidad, no nos sentimos capaces de despertarla y lo vemos como un logro que esta mas allá de nosotros, el Sutra nos explicara, paso a paso que la budeidad es aquí y ahora y es un estado, que alcanzamos tal como somos, y es algo que siempre late en nosotros.
Es una explicación mas de los Medios Hábiles que usa un Budha. El hijo no reconoce a su padre, pero su padre, si.
El Budha siempre nos ve como sus hijos y reconoce nuestra budeidad, pero nosotros no sabemos de ella y no podemos ver al Budha. El hijo limpiando estiércol representa a los vehículos transitorios, donde el Budha prepara a sus discípulos para un logro posterior.
El texto va afianzando ideas en nosotros, pero mas adelante, veremos como el texto se va trascendiendo a si mismo, hasta llegar a su cumbre ( la exposición de la Ley), no de la forma que esperamos, no en conceptos, no en definiciones , ya que la Ley, la Verdad trasciende cualquier interpretación intelectual.
Ver capitulo 4 "Creencia y comprensión", versión completa:
https://lotosutra.blogspot.com/search/label/**capitulo%204%20CREENCIA%20Y%20COMPRENSI%C3%93N
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